Ya dos años han pasado desde la última vez que me subí a un avión, hábito que ha ido desapareciendo en mi persona, que gusto el dirigirse al aeropuerto a las 6 de la mañana, el despertarse sin tener que recurrir al gallo cantor por las ansías de partir. Recuerdo el entrar a la terminal, el buscar mi sala de espera, esperar y esperar, y pasear por las tiendas libres de impuesto, el tener la preocupación que seguro algo olvidé por las prisas de salir de casa.
Y de pronto escuchar la llamada a abordar, entrar por el túnel ese que te escupe dentro del avión, y después a seguir esperando a que por fin las ruedas se muevan, tomar la recta, acelerar, despegar, ver cómo se van haciendo más y más pequeños los edificios.
Quiero descubrir por qué ya no he viajado en avión, me lo pregunto y la primera razón
que me viene la cabeza es los cacahuates, la última ocasión no había cacahuates en el viaje, ¿se habrá tratado de una ocasión extraordinaria?, ¿el proveedor se habrá demorado en el surtido?, ¿habrán pasado de moda?, ¿por fin los habrán descubierto solamente como vil alimento para los paquidermos?
Y de pronto todo se aclaró, las dudas se disiparon, la respuesta vino a mi mente como golpe de boxeador: las aeromozas, las sobrecargos pues, ya no son ni serán lo mismo que hoy en día, hoy ya se descubrió la independencia femenina, hoy ya hay hasta aeromozos, ¿si se les dirá así?, espero que sea el término políticamente correcto.
Damas, caballeros, les invito a recordar:
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