Una palabras para ese arte que se llama esperar.

Que cosa esa de esperar. De estar a la expectativa. Ya me lo dijo mi padre en el día aquel en que se espera a que llegue la tríada de Reyes Magos y se esfumen las ganas de jugar mi primer Nintendo, TIENES QUE ESPERAR. Y de ahí le seguían las horas de insomnio, de rodar y cambiar de posición de sueño, despertar en cuanto el reloj marcara las seis de la mañana y bajar las escaleras para descubir frente a mi, ahí posando en el comedor de la sala, como maniquí en vinitra, a la caja de cartón con la leyenda NINTENDO. Uff, que sentimiento, uno de los mejores y más lindos de mi vida, casi comparable con la primera vez que supe que estaba enamorado de Giulana (compañera y amor de toda mi primaria) al cruzar mirada con ella.

La espera, ese abismo tan dulceácido que hace que un beso nos sepa tan cálido, que un gol se pueda gritar con tanta euforia, que ese sentido de complacencia llegue de la mano con la canción que no podemos dejar de tocar, que la primera cerveza nos ilumine por dentro después de una semana difícil en la oficina, que los primeros llantos de un primogénito nos hagan llorar, que nos excite tanto ver desnuda a esa actriz famosa en las páginas de una revista para caballeros, que nos haga tan felices matar patos porque todo sabe mejor si uno sabe esperar, si se sabe disfrutar la ausencia, si se sabe saborear cada trago de nostalgia, si se aprende a convivir con esas garras que escriben NECESIDAD en nuestro pecho.

Yo, en lo personal sigo esperando esa llamada y que por lo visto seguiré esperando por algunos momentos más, pero sé que a final de cuentas si es que llega, podré degustar esa llamada como si se tratara de un manjar.

Por lo mientras y para pasar el tiempo afilaré el colmillo.



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